“Templo de San Francisco”
Entre la calle Real y la calle de las Beatas en pleno centro histórico se yergue el templo de San Francisco. Un templo estilo neoclasico, que fue dedicado el 22 de febrero de 1831.
En plena sexta avenida, entre un complejo comercial y un palacio ancestral, está el templo, cuyas columnas imponentes, parecen brazos alzándose al cielo. Las palomas revolotean en el patio de entrada, los niños las persiguen con esas sonrisas que son una alabanza al Creador.
Y una de sus criptas, se encuentre un pequeño museo, que exhibe reliquias de la antigüedad, el cual era atendido por uno de los hermanos menores lego.
Al entrar los ojos inequívocamente, se encuentran con el altar mayor, esculpido en madera y en el centro, la imagen de Francisco de Asís ayudando al Cristo a bajar de la Cruz, que es una luz que eclipsa el alma.
Como en un océano de paz, se sumerge el espíritu en oración contemplativa y de repente se siente la caricia, de una dulce mirada, la de la madre Inmaculada... Es como un iman que atrae al corazón y despierta esa devoción y se vuelve agradable compañía en la oración.
Son imágenes, si, pero evocan y provocan en el alma, ese sublime deseo de buscar la eucaristía, para tener ese comunión con el Redentor y experimentar todo su amor.
Oxwell L’bu copyrights 2019
Entre la calle Real y la calle de las Beatas en pleno centro histórico se yergue el templo de San Francisco. Un templo estilo neoclasico, que fue dedicado el 22 de febrero de 1831.
En plena sexta avenida, entre un complejo comercial y un palacio ancestral, está el templo, cuyas columnas imponentes, parecen brazos alzándose al cielo. Las palomas revolotean en el patio de entrada, los niños las persiguen con esas sonrisas que son una alabanza al Creador.
Y una de sus criptas, se encuentre un pequeño museo, que exhibe reliquias de la antigüedad, el cual era atendido por uno de los hermanos menores lego.
Al entrar los ojos inequívocamente, se encuentran con el altar mayor, esculpido en madera y en el centro, la imagen de Francisco de Asís ayudando al Cristo a bajar de la Cruz, que es una luz que eclipsa el alma.
Como en un océano de paz, se sumerge el espíritu en oración contemplativa y de repente se siente la caricia, de una dulce mirada, la de la madre Inmaculada... Es como un iman que atrae al corazón y despierta esa devoción y se vuelve agradable compañía en la oración.
Son imágenes, si, pero evocan y provocan en el alma, ese sublime deseo de buscar la eucaristía, para tener ese comunión con el Redentor y experimentar todo su amor.
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