Fueron nueve meses de espera,
desde el momento a la anunciación
y trinaba en el pecho de la doncella,
una sublimé canción...
Una canción que escucho,
desde su vientre de cuna
y una emoción que como espuma,
recorría todo tu ser.
Yeshúa (ישוע) así te llamó
en el momento de nacer
y toda se sintió estremecer,
cuando vio los ojos del Redentor.
Te abrigo con su amor maternal
y esa simbiosis divina,
no tubo final...
Más bien encontró plenitud.
Yeshúa himno de salvación,
la advocación más divina,
más humana del Verbo,
del Creador...
Esa presencia sublime de su amor,
el verbo encarnado, la plenitud
de la palabra, la confirmación
de las profesias.
Yeshúa (ישוע) la palabra más dulce,
en los tiernos labios de María,
Yeshúa (ישוע) su primera palabra
al amanecer, el arullo al anochecer.
Yeshúa (ישוע) el aliento de vida en Belén,
el último suspiro en Jerusalén,
delante de una Madre,
que nunca dejó de creer en Él.
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