Que puedo yo ofrecerte Señor,
que tú no me hayas dado;
con que puedo yo impresionarte,
si todo lo que soy y lo que he logrado,
de ti lo he recibido.
Y sin embargo, sigue mi orgullo,
como pavo real, ensalzándose;
sigue mi ego alimentándose,
de falaces vanidades.
Y vos seguís allí Señor del Amor,
con los brazos extendidos,
esperándome, no para recriminarme,
sino para amarme como nadie
me ha amado.
Por eso vengo a ti, como tulipán
cuya vida dura solo una primavera;
como tulipán de cuyo bulbo,
brota solo una flor,
ojalá fuera como tu amor.
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